martes, 21 de septiembre de 2010

En Chiloé:

Una Tarde Con la Abuelita “Ube”: La Patrona de Villa Quinchao


Los días que corren traen consigo el espíritu de lo incierto. Las playas Quinchaínas son y seguirán siendo el mejor reflejo del corazón de los humanos que habitan en una isla llena de vida y diversidad. Sin embargo se puede notar una especie de vacío. Una cesantía generalizada en la isla Grande y arenas cubiertas con cajas de vino describen la pérdida del valor social del trabajo, que por alguna razón les están arrebatando a la mayoría de los chilotes con el paso de los años.

Son mediados del mes de Julio y nos insertamos en la cotidianidad del Chiloé real, el Chiloé que cuida de su tierra, el que aún se viste con botas de goma y el que sin el apoyo de externos conserva intacta sus costumbres y se las transmite en la práctica a sus hijos o familiares.

Específicamente llegué a la Isla de Quinchao por motivos familiares y personales. Como buena familia chilota me recibieron con los brazos abiertos y con gran sentido del humor. Me encandilé con la creatividad de la metáfora local y una que otra vez quedé “colgado” con el amplio conocimiento que demuestran de su entorno.

Al día siguiente iniciamos viaje a una bella y tranquila localidad llamada “Villa Quinchao”, es que ahí tenía un par de conocidos y de sorpresa llegamos a casa de “Don Leo” que con el apoyo de su familia, justo finalizaba el “reitimiento” de un chancho de proporciones mayores. Al sacarlo del fuego, lo dejaron boca arriba y con un filoso cuchillo le comenzaron a abrir el pecho, mientras uno de los niños con gran destreza llenaba una olla con sangre fresca. Según la expresión del pequeño, esto para él era algo común, para nosotros una experiencia tan única como el lugar que lo acogía. Retornamos satisfechos a nuestro lugar de descanso.

No era primera vez que recorría estas tierras pero esta visita tenía un gusto diferente. Hace algunos años tuve la oportunidad de extraer una alga llamada “pelillo” y conocí a una mujer de manos grandes y gruesas que cubría de “colas de caballo” las orillas del mar chilote. Recuerdo esa mañana cuando llegamos y nos encontramos con una abuelita que recorría la playa con pasitos rápidos y que nos saludaba con una mirada alegre e infantil. Le decían “La Abuelita Ube” y tuve el honor de compartir con ella unos días. Tanto que mientras trabajábamos en el “pelillo” me apodó “El Chapalele”.Su alegría de vivir me cautivó.

Pasado los años la necesidad de re-conocerla se me hacía más grande. Quizás no había comprendido el mundo lo suficiente y con el pasar del tiempo, entre las vivencias y el estudio del humano y el ambiente, me pude percatar del infinito valor que ella representa en estos días.

Llegamos a su campo un poco más arriba de la playa Quinchaína y gritamos su nombre. ¡Abuelita Ube! ¡Abuelita Ube!, me asusté pensando que por segunda vez no nos atendería. Pero un puntito se nos asomó viniendo desde lo más escondido del campo: era la Abuelita de nuevo, con su mirada sonriente y su caminar al mismo ritmo de años atrás. Yo no sabía que hacer muy bien y a lo único que atiné fue a abrazarla. Abuelita, ella es mi polola le conté;- ¡ah mijito, viniste con tu “pollita”-la risotada general fue instantánea-¡Hola mijita!, ¡Pero pasen, entren a la casita, entren!-invitaba la abuelita.

Con cámara en mano entramos mi Tío, mi Abuelita, “La Cami” y Yo. Nos largamos a conversar un largo rato sobre salmoneras, cesantía, delincuencia, etc. La Abuelita lamentaba la perdida de la asociatividad entre los agricultores del sector y el poco apoyo en la compra de semillas para su cultivo, ella confesaba: “Quedamos solo los más viejos, no más de diez porque los más jovencitos prefieren ganar plata utilizando la manera que más les conviene no más; yo tengo que ir a Castro a vender mis canastas pa` poder comprar mis semillas”.

Al anochecer nos despedíamos de la abuelita “Ube”. Entre besos y abrazos su figura desaparecía lentamente, porque a pesar de la noche, seguiría inmersa en la soledad de su campo. Ella en todos estos años estableció una relación diferente con la naturaleza y difícilmente podríamos decir que es una persona
infeliz. Al contrario, ad portas de los ochenta años, su vida solitaria representa a un puñado de inmortales que pese a todo se resisten a la violación que realizan extranjeros sobre la relación del ser humano con su entorno inmediato, ella es la llave maestra que nos conecta a lo esencial, esa mística del buen chilote, esa que mantiene a flote la identidad del Chiloé real.